La vaquita marina, un cetáceo de mirada inocente, evolucionó de una población ancestral de su “prima” suramericana, la marsopa espinosa, que nadó miles de kilómetros hace miles de años desde Perú hasta el norte del Golfo de California, único lugar que habita. No sabemos cuántas vaquitas había originalmente, tal vez sólo unos millares. Lo que sí sabemos es que hoy sobreviven menos de 30 y están a punto de desaparecer para siempre.

Ocho presidentes han sido testigos de la trágica historia de la vaquita desde que fue reconocida como una especie nueva en 1958: Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto.

Los últimos cinco «intentaron» protegerla, pero todos dejaron el problema a sus sucesores. Evadieron su responsabilidad histórica.

Hay poco tiempo para actuar de modo que se pueda salvar a la vaquita, pero también hay motivos para mantener la esperanza. El destino de la pequeña marsopa representa una gran oportunidad política para el ahora presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador; aunque también conlleva la posibilidad de fracasar.

López Obrador puede quedarse de brazos cruzados y ser testigo de la primera extinción de un mamífero marino en Norteamérica en varias décadas. O puede salvar a uno de los símbolos nacionales de México y rescatar a una industria pesquera en problemas. Tenemos la esperanza que sea esto último.

Entonces sí hay esperanza. Pero, en el mar de Cortés, hay poco tiempo para el presidente y para la vaquita.

Brooke Bessesen, conservacionista