¿Cómo afrontamos cuestiones globales, como el cambio climático, en un mundo cada vez más separado por fronteras ideológicas? El sociólogo alemán Ulbrick Beck, que durante años estudió aspectos como el ecologismo y la globalización, sostenía que la queja de que la política ambiental global es, en el mejor de los casos, como echar una gota de agua en el mar, es recurrente, pero también lo es la pregunta de si en los años venideros una reconversión al ecologismo y la política climática ascenderá a la “gran política.

Han pasado más de 60 años desde que el científico Charles Keeling iniciara, en los años cincuenta, sus mediciones de dióxido de carbono en el aire. Por aquella época, la mayoría de los ciudadanos (científicos y políticos, incluidos) no creían que las emisiones de origen antropogénico pudieran tener un efecto sobre el clima, y daban por hecho que casi todo el dióxido de carbono sería absorbido por seres fotosintéticos y los océanos. Pero los datos de sus mediciones, que demostraban un incremento constante en el tiempo de la concentración de dióxido de carbono en el aire, junto con los trabajos de otros científicos como Hans E. Suess, Roger Revelle, Cesare Emiliani, Syukuro Manabe, Richard Wetherald o Paul Ehrlich, potenciaría que en 1979 se celebrara la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima, en la que por primera vez se consideraba el Cambio Climático como una amenaza real para el planeta. A partir de ese momento, en las siguientes conferencias hemos ido reconociendo que tenemos un problema, cada vez más grave, pero hasta el momento no se han establecido acciones concretas y herramientas para alcanzar la solución entre todos.

En la actualidad, la comunidad científica confirma que el Cambio Climático y sus efectos es una realidad incuestionable, a pesar de algunas voces contrarias a esta afirmación que llegan desde EEUU o Brasil. En el Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), se confirma que la influencia humana en el sistema climático es clara y va en aumento y sus impactos se observan en todos los continentes y océanos. El IPCC confirma, con un 95% de certeza, que la actividad humana es actualmente la causa principal del calentamiento global. Asimismo, en el sexto informe (IPCC, 2018), se afirma que la temperatura mundial media actual es alrededor de 1º C más elevada que la de la era preindustrial y describe detalladamente las consecuencias de un calentamiento global de 1,5º C, tales como: recrudecimiento e intensificación de los fenómenos climatológicos extremos, aumento del nivel del mar, deshielo, empobrecimiento en recursos hídricos, disminución de la producción agrícola, acentuación de las amenazas a la biodiversidad marina y terrestre, daños para la salud, pérdidas económicas e incremento de la pobreza. Pero si preferimos verlo con datos económicos, ya el Informe Stern sobre la Economía del Cambio Climático (Stern, 2006) mostraba que, si no actuamos rápidamente para frenar el Cambio Climático podemos llegar a perder hasta el 20% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial anual de forma indefinida. Más recientemente, en el informe “The Global Risk 2019” del Foro Económico Global (WEF, enero 2019), los impactos climáticos encabezan la clasificación de los riesgos globales y sitúan al cambio climático como el riesgo más costoso económicamente para los próximos años.

Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que nos encontramos ante un grave problema global al que debemos hacer frente desde nuestros Estados, en todas las escalas de gobierno y con la participación de todos los sectores de la sociedad. Pero también, es imprescindible que exista una estrategia global ambiciosa, más allá de los Estados. Puesto que, el Planeta Tierra no entiende de fronteras ideológicas, y las emisiones de terceros nos afecta casi igual o más que las propias. Quizá, como indica Jürgen Habermas, en el libro Mundo de la vida, política y religión, el cambio climático y los mercados financieros descontrolados son tan solo las señales de problemas que ya no pueden resolverse con el clásico instrumento de los tratados internacionales según el derecho internacional, sino que exigen instituciones con capacidad de acción a escala global.

Todas las naciones y ciudades del mundo, especialmente las costeras, se enfrentan hoy al reto común del cambio climático. Es un error hablar de Cambio Climático y pensar en futuro, o que es algo ajeno y lejano a nosotros, está sucediendo ahora y aquí. La pregunta es: ¿podemos permitirnos condicionar la política del clima a vaivenes ideológicos? Mi opinión es que no. El Cambio Climático, como problema global, podría suponer un cambio de paradigma en la política y gestión de lo público, por primera vez en muchos años todos los Estados se enfrentan a un problema común y su solución debe ser conjunta. La ciudadanía tiene que estar alerta y exigir la formulación de políticas públicas y acciones concretas encaminada a la resolución del problema, pensando en el largo plazo, aunque vayan más allá de un ciclo político.

Desde que Charles Kelling iniciara sus mediciones en Mauna Loa hasta hoy hemos pasado de 315 a 413,84 ppm de CO2 en el aire, pero también hemos avanzado gracias a la percepción del problema por parte de todos, lo que ha favorecido la formulación de políticas públicas por parte de nuestros gobiernos y el establecimiento de normativa climática.

Según el Índice de Acción Frente al Cambio Climático 2019 (CCPI, 2019), México se sitúa en el puesto 25 con un desempeño total moderado (el primer puesto recae en Suecia y el último es para Arabia Saudí). El país recibe una puntuación buena en el uso de energía, pero moderada respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), obteniendo en renovables una puntuación pobre reflejada, entre otras cuestiones, por la proporción relativamente baja de energías renovables en el mix energético del país. En la categoría de políticas de cambio climático, se atribuye una puntuación buena, debido al desempeño de México en el escenario internacional, sin embargo, no se corresponde con la política climática a nivel nacional al no ser suficientemente ambiciosa y carecer de implementación. En el caso de España ocupa el puesto 35, la puntuación general del país es “pobre” en el IDCC 2019. En emisiones de GEI obtiene la puntuación de moderado, al igual que en el uso de energías renovables y uso de energía. Los expertos resaltan los desarrollos positivos iniciados por el nuevo gobierno: España está actualmente preparando una Ley de Cambio Climático y Transición Energética, y una Estrategia Española de Cambio Climático y Energía Limpia bajo el nuevo marco desarrollado por la UE para los Estados miembros. Si nos centramos en el sistema energético, ambos países coinciden en el alto consumo de combustibles fósiles. Y estos, además de emitir grandes cantidades de gases de efecto invernadero, tienen un límite como hemos comprobado recientemente en México.

La Gobernanza del Cambio Climático exige acciones concretas, coordinadas en las distintas escalas de gestión pública, desde los municipios hasta los espacios globales, con la participación de todos los sectores de la sociedad. Afrontamos, una época crítica en la que identificar bien los retos y las líneas de acción por parte de nuestros gobiernos se convierte en una cuestión primordial para nuestro futuro. El estímulo a la transición hacia una economía baja en carbono y el impulso de las inversiones de energía renovable y políticas destinada a la eficiencia energética, son fundamentales para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. Por otra parte, no nos podemos dejar a nadie por el camino, Upton Sinclair dijo una vez que es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda. La transición debe ser ecológica, debe ser global y, por encima de todo, debe ser justa.

María Gálvez del Castillo Luna

Oceanógrafa y Ambientóloga, PhD. Candidata por la Universidad de Cádiz. Líder de Innovación y Economía Circular 2018.